CAPITULO SEGUNDO
LA RAZA DE LOS HOMBRES JAGUAR
Las lluvias arreciaban y los arroyos ensanchaban el río, como una gran anaconda en gravidez a medida que se adentraba en las honduras de la selva, el pequeño viajero se encontraba frente al peligro inminente de sus poderosas aguas, el enorme torrente lo condujo por un largo tiempo con una pasividad inquietante, hasta que se precipito a una catarata de enormes proporciones, donde se puso a prueba la determinación de su corazón y el temple de su coraje. Sus tiernos brazos invirtieron todas las fuerzas contra la corriente y no bastó ningún esfuerzo para ponerse a salvo. Finalmente sucumbió a la fuerza del espíritu omnipotente del agua, que lo arrastró a las fauces del precipicio.
Tomó un gran sorbo de aire y se abandonó al vacío incierto de su destino, y mientras caía vertiginosamente por el lomo de la voluptuosa cascada, tuvo visiones de su futuro; Imágenes de su madre soltando su mano, los rostros de los habitantes de la aldea con fuego en los ojos, pudo verse a sí mismo hecho un hombre con pintura roja en el rostro, vio un fuego tempestuoso que iluminaba la noche y sus cenizas creaban estrellas fugaces que se apagaban en el cielo oscuro… una lanza plateada resplandeció como un rayo en su mente al chocar contra el agua, dejando todo en blanco…
En ese momento lo absorbió el vacío, la oscuridad completa, el ruido sordo de la profundidad le invadía el alma y le inundaba todo el pensamiento. Completamente inmóvil, descendía al fondo del pozo abrazado por esa nada que también ofrece calma. Al reaccionar abrió sus brazos para detener la inmersión y poco a poco ascendió a la superficie, con la pesadilla en su memoria de haber enfrentado a la muerte.
Luego de luchar contra la corriente, Cacaima se encontró aferrado a una piedra en la orilla, aturdido y exhausto. Cuando por fin se incorporó, alzó su mirada cansada a las alturas, donde se vertía la poderosa cascada. Contempló la inmensidad del mundo en ese milagro de agua, se sintió tan pequeño como nunca se habría sentido, bajó lentamente su mirada y descubrió con sorpresa que en la transparencia superficial de las oscuras aguas, emergía una gigantesca serpiente blanca; sus miradas se enlazaron y hubo un momento de inmovilidad absoluta alrededor, hasta las aguas que caían se detuvieron por ese pequeño instante; luego de un parpadeo desapareció aquella figura enigmática en las profundidades del agua, como si fuese un fantasma. Esa fue la primera vez que Cacaima se encontraba con Antumia, la serpiente guardiana del espíritu del río.
Cacaima se encontraba absolutamente solo, le abrazaba la inmensidad de la selva, su débil cuerpo se sostenía simplemente sobre las raíces de su sombra y la angustia crecía en su interior como una larva. Tuvo la certeza inmediata de que ya no podía regresar, ni tampoco seguir avanzando por el rio que se tornaba violento y turbio entre las filosas rocas. Su miedo por fin salió de su capullo y circundo su frente como el vuelo inicial de una tímida mariposa, un vuelo torpe y confuso.
Al apaciguar su respiración y consentir todas sus alternativas, se dispuso a proveerse de pequeños bagres, emprendió una caminata lejos de la humedad, encendiendo un fuego para recuperar las energías necesarias y así continuar con su existencia, que ahora estaba puesta en la bandeja de la duda. Después de satisfacer su estómago, cerró los ojos al lado de la débil fogata y se vio a sí mismo, luces fugaces danzando en su mente… De nuevo cerró los ojos en intermitentes destellos de ceniza, parpadeando hasta quedar completamente dormido…
A la mañana siguiente cuando despertó, dio un salto de sorpresa que lo dejó de pie y en una sola pieza… Se encontraba rodeado de enormes jaguares agazapados dispuestos a convertirlo en una tierna presa. Despojado de todo color y sin el alma en su humanidad, se inclinó debilitado por el pavor, dispuesto a ser devorado como lo dicta la Ley de la naturaleza. Apretó fuerte los labios y los ojos, descanso la frente clavada en la tierra, tembló hasta que sonaron sus dientes… Por un instante imagino como seria ser desgarrado por las inmensas fauces de aquellos animales que lo asechaban, adivinando la destrucción de su piel, el desgarramiento de los tendones y músculos al ser arrancados por los furiosos golpes de garras y colmillos sobre la fragilidad de su cuerpo.
De repente sintió que algo se posó sobre su hombro, era áspero pero cálido, con el miedo mordiendo su garganta abrió lentamente los ojos y descubrió que eran hombres. Hombres vestidos con pieles, adornados con garras, sus cuerpos pintados de tiznes que emulaban las enigmáticas manchas del salvaje felino.
La raza de los hombres jaguar hacía presencia en el nuevo despertar de su vida y descansaban las cálidas manos sobre su espalda. Cacaima habría llegado a sus territorios, justo cuando los ancianos sabios predecían la llegada del nuevo hombre jaguar que tendría el color de la tierra, visiones y signos que resplandecían en el cielo como truenos y estrellas.
Continúa leyendo los siguientes capitulos del relato de «Cacaima» en la próxima edición de nuestra revista.
Este cuento tiene 14 capítulos en total. Este es recién el comienzo.
Por H.Martín
Escritor, guionista y poeta conceptual bogotano, cofundador de la organización ECONCIENTES, enfocada a a creación y fomento del arte con valores ecológicos y preservación del medio ambiente desde el área de literatura. Actualmente columnista de la revista Cultural Tras La Huella y miembro activo de RAL (Rutas de arte Latinoamericano).